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lunes, 12 de noviembre de 2012

Jugando con «hormigas» una noche cualquiera.





«Tanto esfuerzo para olvidar sólo sirve para recordar mejor.»

La noche se ha hecho real, no quiero saber ni siquiera quien soy, acabo de volver, abro los ojos y una pantalla de ordenador me pide que escriba. Mis dedos ejecutan movimientos y la pantalla blanca se va cubriendo de hormigas... Mi mirada desenfocada se pierde en una y entiendo el significado.
No sé si eran buenas otras épocas, no sé ni siquiera por que me fui, ni en que momento me perdí. Sólo conozco el presente, del pasado tengo vagos recuerdos. Abro una carpeta, es una pista de MP3, comienza una música. Parecería una pieza clásica de jazz de no ser por el rumor del mar. Acaba esa pieza y empieza otra de corte clásico, reconozco inmediatamente la melodía pero no la canta Sinatra, son dos voces: la de una mujer y la un hombre. Cantan en inglés, es una canción de amor. Vuelvo la cabeza y veo un perro negro jugando con un gato blanco a los pies de un hombre que lee un libro. Dejan de jugar, el gato se pierde y el perro viene hacia mí. Me mira mendigándome una caricia... Le llamo por su nombre y él se pone a beber. La gata sale de su escondite interrumpiéndole, Dean deja de beber para correr tras de Sol, inician una vez más su eterno juego. Otra canción, parece un tango. En efecto, uno moderno, casi podría ser un rap. Es la «revancha del tango». Tecleo al ritmo del bajo. Me paro y pienso donde estaré, qué paisaje veré si traspaso aquella puerta.
Suena un teléfono. Abres los ojos a otra realidad, una voz que reconozco y me da buenas vibraciones. Sonrío, no es la primera vez. Esta voz de mujer madura, sexy, seductoramente interesante, me anima a salir a cenar, una reunión para estar, principalmente, juntos. La cena es una excusa. ¿Necesitamos inventarnos motivos para reunirnos?
Repite ladrido el perro negro, reparo en la falta de agua, no tendré más remedio que levantarme y ver otra realidad ya. Acciono hacia arriba la palanca y sale un chorro de agua que corto cuando considero suficientemente lleno el recipiente azul, del que bebe Dean.
Vuelvo frente a la pantalla del «mac», es ya otro día... Hoy es lunes y pasa del mediodía. Recuerdo de repente el último sueño. Estaba en una habitación oscura, tenía la certeza de estar en mitad de una noche de perros, oía como la lluvia golpeaba en los cristales de la puerta que daba al pequeño balcón. Los pequeños cipreses se mecían con extremo ímpetu, pareciera que desearan levantar el vuelo. Una voz interrumpió mi placentera contemplación:
—«¿Estás despierto?» 
Y desperté. Abrí los ojos, ya no era la misma estancia del sueño, los cerré fuertemente deseando volver a contemplar los cipreses con el temor de que hubiesen iniciado el vuelo sin mí. Y volví, ahora me paseaba por la estancia con cuidado de no pisar a Dean. Me aproximé a la mesa blanca de estudio y palpando entre papeles encontré el tabaco que buscaba; miré hacia el balconcito y reconocí cuatro macetas, eran las mismas en las que vivían los cuatro cipreses pero ahora contenían geranios en floración. Pensé en lo mucho que me gustaría tener unos cipreses que se dejaran mecer por el viento.
—«Mañana remodelaré el balconcito», me dije mientras encendía un «Fortuna».
¿Se sueña de la misma manera con el pasado que con el futuro? Los geranios existieron lo mismo que los cipreses pero ahora sólo puedo verlos si cierro los ojos; curiosa paradoja. Ahora soy consciente de que algunos entes sólo puedo verlos cerrando mis párpados.
Una calada del cigarrillo y expulso el humo, lo devuelvo inconscientemente al cenicero fijándome en que se trata de uno de elaboración propia. Una sensación de vacío se instala en la boca de mi estómago; o no es un cigarro al uso o todavía no he comido, pueden darse los dos hechos a la vez... Se cierran mis párpados sin querer remediarlo. Me veo a mi mismo elaborando uno de mis particulares cigarrillos, el sol del mediodía me calienta el lado izquierdo del cuerpo. Miro mis pies dentro todavía de unas viejas zapatillas de felpa que un día fueron blancas, unas iniciales bordadas: «H D». Son un recuerdo de unas vacaciones en Barcelona. Recuerdos y más recuerdos, todos con la misma intención de atrapar momentos para siempre. Soy un coleccionista de buenos momentos. Los persigo, los planifico, me los invento y cuando lo consigo rescato algún objeto, otras veces hago fotos que algún día miro y me digo:
—«¡Aquí era feliz!».
La bipolaridad aceptada me hace ser así, acumulo recuerdos de los buenos momentos porque sé que no durarán, así cuando entro en el «bajón» sé que también terminará.
©Miguel Je

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