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miércoles, 16 de enero de 2013

BARONE.




BARONE.

«En la gloria interna, el cuerpo grita...
Su mirada está dentro, el látigo es la palabra, la tortura es la dulzura, la bestia ruda es la bondad, nadie sabe el silencio que nunca se escuchó, la mirada en su boca besa el paladar del vacío, el latido de un mundo gira y promete una noche, el dolor se acerca en la sociedad, en cada hogar hay un ciego de moral, en antifaz…
En la vida hay un grito, un beso por el alma, en la mente de un hombre que está deseando amar el amor verdadero al vestirse de personaje, mientras la piel es la misma al intercambiar el amante…
Nadie sabe qué piensa y a quién mira en las historias de sus narraciones, dice cosas que el mundo leerá, y ahora es el principio. Cuando besa, su mente escribe, su ritmo que se acelera más...
Allí escribe, callado.
Sin mirar escribe, siente y nace de sus cenizas el hombre quetzal que en su ritmo abrasa su mente.... Su lengua escribe su verdad o la verdad de un mundo que, como hormigas, está saliendo de su calado hormiguero...
Besa, calla, mira, siente, vive, muere, ama, odia, escribe, lee, borra, traduce, interpreta, es la gloria, él es el cielo del infierno, es el asesino, es el diablo, es dios , es un zorrón… Es un hombre, es una vida, que envía todo y enciende su mente...
Siente el ritmo que se llama vida.
TÚ.......... »
©NINO POCATERRA

Una noche me encontré este texto en mi buzón de mensajes del facebook, era de un amigo, un artista polifacético muy productivo, extrovertido, provocador y con mucha energía. Nino es una persona simplemente especial. Lo leí en voz alta -cuando leo algo que me interesa especialmente necesito hacerlo, es quizás un vicio que arrastro desde la escuela: leer y escuchar con mi voz lo que leo, hace que las palabras se arrastren por mis neuronas dejando huella-. Me emocionaba según iba avanzando a la vez que mi voz se hacía más profunda, mi dicción mejoraba con cada palabra… Sentía poco a poco como si el que recitara no fuera yo, sentí que era alguien que estaba tras el cristal de la ventana observándome o tras el espejo del aparador. Ese alguien se hizo visible cuando escuché: —«en la mente de un hombre que está deseando amar el amor verdadero al vestirse de personaje, mientras la piel es la misma al intercambiar el amante… ». Pero cuando definitivamente vi a ese hombre fue al leer y escuchar de mi boca: —«Cuando besa, su mente escribe, su ritmo que se acelera más...
Allí escribe, callado.
Sin mirar escribe, siente y nace de sus cenizas el hombre quetzal que en su ritmo abrasa su mente.... Su lengua escribe su verdad o la verdad de un mundo que, como hormigas, está saliendo de su calado hormiguero...». Ese hombre era yo, leyendo en voz alta. Sí, me vi en ese gastado espejo, envejecido por los años, pero cumpliendo su función a la perfección. Me estremecí ya llegando al final, eran las últimas palabras, eran el resumen de todo: —«Siente el ritmo que se llama vida. TÚ.......... » —¿Yo?
Recordé algo que escuché algún día en alguna tertulia nocturna en mi época de bohemio en Altea a mi viejo amigo Kim, un peculiar y austero filósofo noruego. No recuerdo el porqué, o a contestación de qué, pero Kim dijo algo solemnemente sentenciando a un pequeño grupo, los más golfos del pueblo pero también los más hambrientos de conocimientos. Eran las tantas, estábamos en el bar de uno de los nuestros: «el Birimbao» que comandaba Aristóteles. Yo tenía entre mis manos un libro de Margarite Renault: «El último vino», sí me acuerdo perfectamente; Ari era un gran devorador de libros y yo era su «camello», jejejeje…!!! A veces se los prestaba, a veces le regalaba alguno (como éste) o se los cambiaba por cervezas y mezcal cuando el dinero escaseaba. Allí nos juntábamos algún pintor, algún que otro actor, algún director de cine, dos o tres músicos, Pepe Motoreta (cheff y dueño del Passage), algún aspirante a escritor y un DJ: Sánchez (del que, por cierto me enamoré unos días, pero él se empeñaba en decir que era «hetero»; fui tan persuasivo que llegamos a ser amigos para siempre y hasta un día dormimos en su cama acurrucados uno junto al otro, yo en esa época andaba un poco escaso de ternura y él era tremendamente tierno, cariñoso y además se dejaba querer…) …Ah!!! También estaba esa noche Marcela, una ex road manager venida a menos y reconvertida a puta para poder vivir dignamente. Todos juntos en conversación, bebiendo y fumando, con buena música de autor. Cuando alguien hablaba los demás escuchaban, no había conversaciones paralelas, salvo en el baño. Había, a esas horas, sólo dos escenarios: el bar casi en penumbra, con la única luz que iluminaban las simplemente preciosas pinturas de paisajes de la zona, pintados todos sobre maderas recicladas de puertas, ventanas y contraventanas,  propiedad de Ari, pero pintados por otro de los nuestros: el galán de Albacete, que era pareja de Isabel (la ex actriz y directora, no la otra Isa -la pintora de Alcoy-, ahora metida a agente inmobiliaria; y el baño en la planta de arriba. Yo estaba en el bar cuando Kim habló:
—«Cuando pensamos algo hay alguien haciéndolo ya en algún lugar del mundo.»
Todos nos quedamos callados un rato largo, largo de verdad, tanto que sólo volvimos a hablar cuando alguien aporreó la puerta, y se escucharon risas, para decidir si les dejábamos entrar o no.
—¡Cabrones abrir de una puta vez, que sabemos que estáis ahí!
—¡Otra vez viene pedo la Lucía! Dijo Ari con las llaves en la mano mientras se dirigía en la puerta para abrir a la Lucía y al Alex, el sueco sonrisa eterna, del que también me enamoré. Hay qué ver, siempre tuve la suerte de conocer personas encantadoras de las que era difícil no enamorarse.

Aquí estoy, en otro siglo hablando, bueno escribiendo, sin querer, del club de los camareros con encanto. Fue en el año de eclipse de sol, allá... En el Mediterráneo.

Gracias Nino por tus hormigas ordenadas, por compartirlas conmigo y por ser esta vez mi fuente de inspiración.
©Miguel Je 

jueves, 10 de enero de 2013

TAN LEJOS Y, SIN EMBARGO, TAN CERCA



«Serena ante la puerta qué un día traspasé, porque ya se cumplió mi destino.»

10 de Enero del 2013
Tal día como hoy, hace ya un año, sonó mi móvil mientras hacía la compra en el Día, allá en La Vila. Nervioso, busqué en mis bolsillos y vi en la pantalla el nombre de mi hermana, temblando como estaba no acertaba a pulsar el botón verde…
¿Dime?
¡Apareció! Se notaba mucho cansancio en su voz.
¿Está bien?
Está muerta… Su débil voz se quebró y llorando empezó a contarme… No recuerdo más, fue como si el mundo se hubiera parado de golpe y yo saliera despedido.
¿Sigues ahí?
Su pregunta con voz quejosa me hizo volver.
Sí, estoy en el «súper», ahora vamos a casa…
Mañana a las 9 hacen una misa en «la residencia»…
No te preocupes, llegaremos sobre las 8… ¿Y papá?

Ha pasado todo un año y sigo sin creérmelo. No es que no lo haya aceptado, soy totalmente consciente de todo lo que ocurrió, pero la tengo más presente que nunca y la siento, ¡tan cerca!

Cuando todo acabó y volvimos a casa, en la otra punta del país, escribí, como siempre, mis sensaciones y sentimientos. Hoy lo he vuelto a leer y me sorprendo. Hoy nuestro hogar mediterráneo está cerrado, como en un cuento de Boris Vian, las plantas se han hecho las dueñas de Espacio Je, creciendo más y más, ocupándolo todo. Ahora nuestro hogar está aquí, ocurrió casi sin darnos cuenta, con cada viaje que hacíamos nos iban creciendo raíces, raíces que ahora ya son fuertes y seguras. Jamás lo pensé, nunca me lo hubiera creído. Ya ves, la vida, que gira y gira sin cesar. Ella murió y nosotros tenemos una nueva vida. Hoy he puesto sobre su tocador una barra de labios roja tan bonita y tentadora que dudo que se resista a no probársela.

He aquí lo escrito hace un año:

«Hace apenas unos días, y por un muy desagradable motivo, tuvimos que emprender un viaje atravesando el país de Este a Oeste. Una noche para ir y otra para volver y entre ellas, tres días en Galicia, concretamente en Lugo. Mucho tiempo para pensar, para observar y para experimentar nuevos sentimientos provocados por situaciones no vividas con anterioridad. Ahora empiezo a sedimentar todo lo ocurrido en las primeras semanas del nuevo año. Me llama la atención haber comprobado que Galicia sigue siendo diferente, en concreto sus gentes, la solidaridad que persiste en sus pueblos, es como si ellos no hubieran perdido todavía ni una pizca de humanidad. Habrá de todo, como en todas partes, pero cierto es que sólo he visto en todas las personas con las que he tratado ternura, solidaridad y apoyo. Lo mismo he percibido entre mis pocos amigos de aquí, en el Este y entre mis amigos «facebookeros». ¡Gracias a todos!

Ya desde hace mucho soy consciente de que la vida puede pegar un giro en un segundo y sin previo aviso. Da igual que todo se intente hacer bien, que pongamos todos nuestros sentidos en aquello que hacemos pues siempre puede escapársenos algo a nuestro control. Pero del mismo modo también sé que el ser humano es capaz de soportar todos estos «giros inesperados»; somos capaces de levantarnos ante una gran caída o de soportar dolores impensables. Tampoco me olvido de que somos seres sociables. Cuando algo va mal, la ayuda de los demás nos hace más llevaderos los reveses. Todo, si se comparte resulta más fácil.

En todos estos días ni por un momento me sentí solo ante la desgracia que supone el perder a un ser querido, tan allegado como lo era mi madre, y encima de la manera que sucedió, convirtiéndose en una tragedia antes ya del terrible desenlace. Es jodido aceptar que tu propia madre se haya muerto de hipotermia en pleno siglo XXI, donde se supone que la tecnología lo puede controlar casi todo, y eso a pesar de llevar un móvil en el bolso, no fue posible localizar la señal más concretamente. En pleno centro de la ciudad y por culpa de un resbalón en una pequeña rampa que termina en unos arbustos, que disimulan un pequeño terraplén de poco más de dos metros (insuficiente protección, los arbustos, para esos peligrosos metros y más si se tiene en cuenta que esa rampa limita con un pequeño parque infantil con diversos juegos), cayó sobre las zarzas que tapizaban la base de éste, pero al querer incorporarse y por la oscuridad de la noche se apoyó en la valla que delimitaba una obra contigua, sin percatarse de que ésta tenía un agujero (por no llegar unas cuantas tablas hasta la base) colándose por el, cayendo a los cimientos de hormigón del edificio en construcción. Por mucho que gritara, si es que tuvo fuerzas para hacerlo, nadie pasaba por allí a esa horas, era pleno invierno. Seguramente se fue durmiendo y el intenso frío de esa noche no le permitió ver ni siquiera el amanecer, pero sí mantener un hilo de vida durante 3 o 4 días.

Desde el último día del año y hasta el mediodía del diez de enero estuvo desaparecida, siendo descubierta por casualidad, puesto que la obra se paró por las «fiestas navideñas» y aún no se había reiniciado. Pero esa mañana un obrero fue a buscar una herramienta y desde las alturas, en la estructura casi rematada, la vio. Durante esos días la buscaron por toda la ciudad, centrándose más al principio en un área exterior marcada por la señal de su móvil. En ese mismo lugar mis hermanas y sobrinas pasaron varias veces llamando al móvil y no escucharon nada, tampoco repararon en la obra al verla toda vallada, con tablones de madera desde el suelo, cerrando todo el perímetro. Toda una serie de pasos desgraciados que llevaron al inevitable desenlace.

La última vez que hablamos, no sé el porqué, ella sacó el tema de la muerte y nos comentó que estaba preparada para ese trance, aunque no tenía ninguna prisa. Simplemente era realista y decía que lo tenía todo preparado «por si acaso», una expresión muy suya. Había cumplido el cuatro de Noviembre ochenta y dos años y también curiosamente fue la primera vez que olvidé su cumpleaños. Pensaba ir a verla en Navidad pero por ciertos problemas decidí dejarlo para más adelante, hablamos y todo iba bien… Así fue, pero por desgracia demasiado tarde. Ella quería morirse de golpe, dormir y no despertar, incluso dijo que de un accidente; y no era por sufrir ella, era para no molestarnos demasiado retrasando  lo inevitable. Pues sí, se murió de un trágico accidente, bueno todos lo son, pero para nosotros, sus hijos y su marido, fue una larga agonía. Su carita tenía una expresión de paz; por lo que creo que haber podido verla, a pesar de llevar doce días sin vida y estar sin maquillar, me tranquilizó. Esa angelical expresión, sin un ápice de sufrimiento, me llenó de paz.


Hay que tener cuidado con lo que se desea pues se te puede conceder, pero hemos de tener en cuenta que puede que el proceso para alcanzarlo no nos guste tanto.

Quería que la enterraran cuanto antes, quería una sencilla ceremonia sin coronas ni flores (y eso que las flores siempre le encantaron). Ella decía: 
—«las flores las quiero en vida». Odiaba las coronas y las caja fúnebres. Pues allí estaba ella: en una típica caja, rodeada de coronas y ramos de muertos con sus tétricas cintas y sus típicos lemas… Yo también odio todo esto. Quería el nicho de arriba pues fue al de abajo, aunque ella decía que ese era muy húmedo. Decía que con un cura tenía de sobra, pues tuvo seis. Plañideras sí que no hicieron falta pues todos llorábamos, unos por dentro y otros exteriorizando sin pudor el sentimiento de pena.

Yo no pienso elucubrar con mi muerte, que sea cuando y como sea, que hagan conmigo lo que les de la gana. ¡Qué más me da!… Si al final es lo que pasa. Hay quien pide que su funeral sea una fiesta pero luego a sus allegados no les sale, y sus enemigos ya la iban a hacer. Yo también soy de los que quieren flores en vida, pero lo dicho: qué más da ya. Ella en apenas dos horas que duró el evento se quedó sola, tan solo las puñeteras flores la acompañaban, a ella y a todos sus demás vecinos. Yo también me fui, pero antes de regresar al este, al día siguiente, fuimos a despedirnos y no sé porqué le robé una rosa blanca. De repente me sentí como cuando le sisaba de la cartera para comprar cigarrillos. Seguro que le hizo gracia, yo también sonreí. ¡Siempre fuimos muy cómplices!»

©Miguel Je 2013

viernes, 4 de enero de 2013

INALTERABLE

Foto:
   

¿Se rige el destino de los hombres por alguna ley?

A través de los años todo va cambiando, pero por alguna razón mis sueños, mis anhelos o mis deseos permanecen inalterables desde que tengo uso de razón. Aún no había cumplido cuatro años cuando a la pregunta, del sacerdote del pueblo (Don Marcelino), de qué quería ser cuando fuera grande, yo respondía sin dudarlo: —«¡De grande eu quero ser un tolo!».
 Por entonces el gallego era mi única lengua, pero no tardé mucho en ir a la escuela y aprender mi segundo idioma. El primer año fui víctima de las burlas de los compañeros por mis faltas al hablar castellano, pero aprendí rápido, y al siguiente curso ya había dejado la escuela del pueblo para ir a la capital, Bueno, era una pequeña capital de provincia donde los provincianos no eran tan diferentes de los pueblerinos, ni tan divertidos y libres como los aldeanos con los que me crié.
Han pasado desde entonces más de cuarenta años, residí en varias ciudades, estudiando y trabajando en cada una de ellas, incluso viví durante años en la capital del país y en otras ciudades europeas para acabar instalándome, desde hace casi diez años, en un pueblo de la Comunidad Valenciana. Aquí tenía un bungalow desde Septiembre de 1997, mi refugio secreto, y  del que acabé haciendo un hogar cálido, repleto de  mucho amor.
Formamos una familia nada convencional, una familia de esas que no reconoce la iglesia católica pero sí el Estado; somos dos hombres, unidos no sólo por un contrato conyugal pues el amor que nos profesamos es la base de nuestra sólida unión. El hecho de que entre nosotros haya una diferencia de edad de veinticinco años también hace que a vista de los demás seamos una pareja singular. A nosotros esta realidad no nos crea ningún problema, puesto que nunca fue motivo de desentendimiento.
Con nosotros viven dos gatitas tricolor, madre e hija: Sol y Luna; además tenemos un perro: Alí, una mezcla de pastor belga, foxterrier y mastín. Los cinco convivimos alegremente aunque somos Manuel, Alí y yo los que más tiempo pasamos juntos. Es un perro muy cariñoso y obediente, salvo cuando se ciega porque su instinto supera su disciplina. Esto le ocurre cuando paseando se encuentra con otros de su especie y género, o ve alguna liebre, perdiz, zorro, o cualquier gato que no sean sus «hermanas». 
A finales del año 1990 el amigo de mi mejor amigo, y con el que compartía apartamento en la calle Fuencarral de Madrid -la casa rosa-, tenía un don: predecir el futuro leyendo las manos o sintiéndolas, creo que las dos... Un día le sugerimos que nos tenía que leer el futuro, y al final lo hizo después de rogarle insistentemente; primero con Jose, al que le dijo únicamente que nunca le faltaría el dinero, y no quiso decirle nada más, alguna excusa puso que no consigo recordar. Efectivamente Fernando no se equivocó, pues Jose se murió al año siguiente en Santiago, y por supuesto, con dinero de sobra. Conmigo pasó un buen rato, y qué pena no tener grabado todo lo que me dijo. Pero de todas sus revelaciones, la que más me impresionó fue, que alrededor de los cuarenta años me retiraría a un lugar en el Mediterráneo y viviría bastante aislado, pero en pareja; me veía escribiendo... ¡Y eso es la realidad que estoy viviendo! 
Según Armand Toulouse, «la trayectoria de un astro es pura matemática pero el destino de las personas no se rige por ninguna ley», yo no sé qué pensar; puede que no se rija por ninguna ley... Pero ninguna ley, aún, conocida. Sí creo que hay algo que lo dirige. Jostein Gaarder dice, en su novela El Misterio del Solitario, que «el destino es una serpiente tan hambrienta que se devora a si misma», y luego que «el destino es una coliflor que crece por igual en todas sus direcciones». 
¿No crees que el destino se escribe día a día? Somos dueños de él, pero a veces también esclavos...

©Miguel Je  Enero 2013