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jueves, 10 de enero de 2013

TAN LEJOS Y, SIN EMBARGO, TAN CERCA



«Serena ante la puerta qué un día traspasé, porque ya se cumplió mi destino.»

10 de Enero del 2013
Tal día como hoy, hace ya un año, sonó mi móvil mientras hacía la compra en el Día, allá en La Vila. Nervioso, busqué en mis bolsillos y vi en la pantalla el nombre de mi hermana, temblando como estaba no acertaba a pulsar el botón verde…
¿Dime?
¡Apareció! Se notaba mucho cansancio en su voz.
¿Está bien?
Está muerta… Su débil voz se quebró y llorando empezó a contarme… No recuerdo más, fue como si el mundo se hubiera parado de golpe y yo saliera despedido.
¿Sigues ahí?
Su pregunta con voz quejosa me hizo volver.
Sí, estoy en el «súper», ahora vamos a casa…
Mañana a las 9 hacen una misa en «la residencia»…
No te preocupes, llegaremos sobre las 8… ¿Y papá?

Ha pasado todo un año y sigo sin creérmelo. No es que no lo haya aceptado, soy totalmente consciente de todo lo que ocurrió, pero la tengo más presente que nunca y la siento, ¡tan cerca!

Cuando todo acabó y volvimos a casa, en la otra punta del país, escribí, como siempre, mis sensaciones y sentimientos. Hoy lo he vuelto a leer y me sorprendo. Hoy nuestro hogar mediterráneo está cerrado, como en un cuento de Boris Vian, las plantas se han hecho las dueñas de Espacio Je, creciendo más y más, ocupándolo todo. Ahora nuestro hogar está aquí, ocurrió casi sin darnos cuenta, con cada viaje que hacíamos nos iban creciendo raíces, raíces que ahora ya son fuertes y seguras. Jamás lo pensé, nunca me lo hubiera creído. Ya ves, la vida, que gira y gira sin cesar. Ella murió y nosotros tenemos una nueva vida. Hoy he puesto sobre su tocador una barra de labios roja tan bonita y tentadora que dudo que se resista a no probársela.

He aquí lo escrito hace un año:

«Hace apenas unos días, y por un muy desagradable motivo, tuvimos que emprender un viaje atravesando el país de Este a Oeste. Una noche para ir y otra para volver y entre ellas, tres días en Galicia, concretamente en Lugo. Mucho tiempo para pensar, para observar y para experimentar nuevos sentimientos provocados por situaciones no vividas con anterioridad. Ahora empiezo a sedimentar todo lo ocurrido en las primeras semanas del nuevo año. Me llama la atención haber comprobado que Galicia sigue siendo diferente, en concreto sus gentes, la solidaridad que persiste en sus pueblos, es como si ellos no hubieran perdido todavía ni una pizca de humanidad. Habrá de todo, como en todas partes, pero cierto es que sólo he visto en todas las personas con las que he tratado ternura, solidaridad y apoyo. Lo mismo he percibido entre mis pocos amigos de aquí, en el Este y entre mis amigos «facebookeros». ¡Gracias a todos!

Ya desde hace mucho soy consciente de que la vida puede pegar un giro en un segundo y sin previo aviso. Da igual que todo se intente hacer bien, que pongamos todos nuestros sentidos en aquello que hacemos pues siempre puede escapársenos algo a nuestro control. Pero del mismo modo también sé que el ser humano es capaz de soportar todos estos «giros inesperados»; somos capaces de levantarnos ante una gran caída o de soportar dolores impensables. Tampoco me olvido de que somos seres sociables. Cuando algo va mal, la ayuda de los demás nos hace más llevaderos los reveses. Todo, si se comparte resulta más fácil.

En todos estos días ni por un momento me sentí solo ante la desgracia que supone el perder a un ser querido, tan allegado como lo era mi madre, y encima de la manera que sucedió, convirtiéndose en una tragedia antes ya del terrible desenlace. Es jodido aceptar que tu propia madre se haya muerto de hipotermia en pleno siglo XXI, donde se supone que la tecnología lo puede controlar casi todo, y eso a pesar de llevar un móvil en el bolso, no fue posible localizar la señal más concretamente. En pleno centro de la ciudad y por culpa de un resbalón en una pequeña rampa que termina en unos arbustos, que disimulan un pequeño terraplén de poco más de dos metros (insuficiente protección, los arbustos, para esos peligrosos metros y más si se tiene en cuenta que esa rampa limita con un pequeño parque infantil con diversos juegos), cayó sobre las zarzas que tapizaban la base de éste, pero al querer incorporarse y por la oscuridad de la noche se apoyó en la valla que delimitaba una obra contigua, sin percatarse de que ésta tenía un agujero (por no llegar unas cuantas tablas hasta la base) colándose por el, cayendo a los cimientos de hormigón del edificio en construcción. Por mucho que gritara, si es que tuvo fuerzas para hacerlo, nadie pasaba por allí a esa horas, era pleno invierno. Seguramente se fue durmiendo y el intenso frío de esa noche no le permitió ver ni siquiera el amanecer, pero sí mantener un hilo de vida durante 3 o 4 días.

Desde el último día del año y hasta el mediodía del diez de enero estuvo desaparecida, siendo descubierta por casualidad, puesto que la obra se paró por las «fiestas navideñas» y aún no se había reiniciado. Pero esa mañana un obrero fue a buscar una herramienta y desde las alturas, en la estructura casi rematada, la vio. Durante esos días la buscaron por toda la ciudad, centrándose más al principio en un área exterior marcada por la señal de su móvil. En ese mismo lugar mis hermanas y sobrinas pasaron varias veces llamando al móvil y no escucharon nada, tampoco repararon en la obra al verla toda vallada, con tablones de madera desde el suelo, cerrando todo el perímetro. Toda una serie de pasos desgraciados que llevaron al inevitable desenlace.

La última vez que hablamos, no sé el porqué, ella sacó el tema de la muerte y nos comentó que estaba preparada para ese trance, aunque no tenía ninguna prisa. Simplemente era realista y decía que lo tenía todo preparado «por si acaso», una expresión muy suya. Había cumplido el cuatro de Noviembre ochenta y dos años y también curiosamente fue la primera vez que olvidé su cumpleaños. Pensaba ir a verla en Navidad pero por ciertos problemas decidí dejarlo para más adelante, hablamos y todo iba bien… Así fue, pero por desgracia demasiado tarde. Ella quería morirse de golpe, dormir y no despertar, incluso dijo que de un accidente; y no era por sufrir ella, era para no molestarnos demasiado retrasando  lo inevitable. Pues sí, se murió de un trágico accidente, bueno todos lo son, pero para nosotros, sus hijos y su marido, fue una larga agonía. Su carita tenía una expresión de paz; por lo que creo que haber podido verla, a pesar de llevar doce días sin vida y estar sin maquillar, me tranquilizó. Esa angelical expresión, sin un ápice de sufrimiento, me llenó de paz.


Hay que tener cuidado con lo que se desea pues se te puede conceder, pero hemos de tener en cuenta que puede que el proceso para alcanzarlo no nos guste tanto.

Quería que la enterraran cuanto antes, quería una sencilla ceremonia sin coronas ni flores (y eso que las flores siempre le encantaron). Ella decía: 
—«las flores las quiero en vida». Odiaba las coronas y las caja fúnebres. Pues allí estaba ella: en una típica caja, rodeada de coronas y ramos de muertos con sus tétricas cintas y sus típicos lemas… Yo también odio todo esto. Quería el nicho de arriba pues fue al de abajo, aunque ella decía que ese era muy húmedo. Decía que con un cura tenía de sobra, pues tuvo seis. Plañideras sí que no hicieron falta pues todos llorábamos, unos por dentro y otros exteriorizando sin pudor el sentimiento de pena.

Yo no pienso elucubrar con mi muerte, que sea cuando y como sea, que hagan conmigo lo que les de la gana. ¡Qué más me da!… Si al final es lo que pasa. Hay quien pide que su funeral sea una fiesta pero luego a sus allegados no les sale, y sus enemigos ya la iban a hacer. Yo también soy de los que quieren flores en vida, pero lo dicho: qué más da ya. Ella en apenas dos horas que duró el evento se quedó sola, tan solo las puñeteras flores la acompañaban, a ella y a todos sus demás vecinos. Yo también me fui, pero antes de regresar al este, al día siguiente, fuimos a despedirnos y no sé porqué le robé una rosa blanca. De repente me sentí como cuando le sisaba de la cartera para comprar cigarrillos. Seguro que le hizo gracia, yo también sonreí. ¡Siempre fuimos muy cómplices!»

©Miguel Je 2013

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