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sábado, 29 de diciembre de 2012

Primer 30 de diciembre con mis muertos.



«Escribo para intentar explicarme lo que no entiendo.»
Miguel Ángel Muñoz

Jamás se me ha aparecido la Virgen, ni he tenido llagas de repente, ni he visto llorar sangre, pero lo que sí me sucede habitualmente es que me hablan mis muertos más queridos. No oigo su voz, pero los escucho en mi interior, me hablan pausadamente, son mensajes cortos -menos, incluso, de 140 caracteres-, claros, concretos y concisos. Mantenemos, a veces, breves conversaciones. Estos últimos días se me reveló mi madre varias veces. Casualmente ahora está aquí, leyendo lo que voy escribiendo, no dice nada, está atenta, mueve sus cristalinos ojos azules a la vez que voy añadiendo «hormigas» (caracteres). Cuando paro de teclear, para comprobar lo escrito, siento como sonríe y me dice: —¡Venga sigue, que me tienes en ascuas! Yo voy y me paro, y sin abrir la boca le digo que me apetece un cigarro.
—¿Acaso no has fumado bastante hoy? Su tono ha cambiado, se ha puesto seria, yo también. Me toco los labios con el pulgar, pienso unos segundos y le contesto: —Pues no… ¡¡¡«Only one»!!! 
(Rogándole). —Hoy es día 30 de diciembre del 2012 desde hace dos horas y media, y tu sabes que ha sido una sola vez. Vuelve a sonreír!!! —Qué «fulero» eres, non sei a quen te pareces? ¿A quén vai ser? A teu pai!!! -respondiéndose ella misma.
Yo ahora también me río y no me corto y le contesto, y eso a sabiendas que odia que le «conteste»: —Pues yo creo que me parezco más a ti, tú eres aún más pícara que yo. Bueno, ¿nos hacemos ese cigarro o qué? —Veña, sempre o foches e seguirás sendo un antoxadizo. ¿Acórdaste…? «Mina tero cereixas!!! Mina tero totós!!! Mina quero augardente!!!…» —Sí, vale, pero también le consultaba, le pedía su opinión: «¡Mina! ¿Levo a paxara ou non levo a paxara?»
Mi tía Herminia no sólo me habla sino que además desde que se fue allá por el 85 no me ha dejado apenas un momento, me ha cuidado y protegido toda mi vida; todavía de vez en cuando se mete en mis sueños y me cuenta un fantástico cuento de ladrones que nunca se acaba.

—¿He oído mi nombre? —¡Vaya, la que faltaba! Se lo dije cariñosamente, no creáis. —Pues yo no!!! ¡Estoy harta de tenerte siempre encima! Suelta mi madre con ¡una sorna!, y ah!!!, ahora que lo pienso, lo de estar siempre encima lo dice literal porque Herminia está en el último nicho, el tercero y mi madre en el bajo. —¡¡¡Qué estás cuchicheando??? Me dicen las dos a la vez y en esto que se escucha a mi padre malhumorado: —Estas no son horas… Shit! ¡¡¡Cona que o pariu a quen se lle ocurríu meterme no nicho do medio!!!
No recordaba que mi padre fuera tan mal hablado, pero sí que cuando él dormía quería que todos estuviéramos también durmiendo. Así que me voy a hacer un cigarro, como cuando lío un cigarrillo me concentro únicamente en lo que estoy haciendo pues pierdo sintonía y ya no sé si la volveré a coger, pero lo que sí sé es que pienso escribir lo que necesitaba explicarme. Ahora vuelvo!!!

Ya estoy aquí, entre humo verde, thinking in green… —¡Xa era hora! ¡Mira qué eres lento…! 
Mi madre siempre me ha vendido muy mal. Recuerdo cuando venía mi tía Oliva, su hermana más joven, y le decía que me llevara al pueblo pero que no me devolviera más porque «non pode ser mais trasto do que é». Rápidamente saltó Herminia con un acento cubano residual, que me sobresaltó, adquirido en sus años de juventud en La Habana: —No es lento, es meticuloso… Mi madre la interrumpió: —Lleva el mismo camino que el tío Pepe, se morirá de cáncer de pulmón de tanta fumeta. —¿Quién me nombra? —¡¡¡Oh, Pepe, cuánto tiempo!!! Dije conmocionado; mi tío Pepe que descansa junto a dos de sus hermanas Herminia y Manuela… —¡Oh, meu Miguel! Sé que te acuerdas mucho de mí. Ya ves aquí estamos todos juntos… Ah, antes de que me olvide tengo que darte las gracias por haber puesto mi nombre en la placa. Siempre supe que me querías a pesar de no querer nunca dormir conmigo… —¡Manuela! —Siempre te gustó la noche, viniste una noche, casi de madrugada a despedirte de mí a aquella maldita residencia de la Xunta, no sé cómo te dejaron entrar a esas horas, debían de saber que me quedaban horas. Me contaste lo mal que estabas, lloraste al verme tan débil, con tan poca vida ya, me acariciabas la cabeza sorprendido de mi poco pelo y tan corto… ¿Echabas de menos mi moño y sus horquillas? —¡Ya está bien, hoy es mi día! Hoy hace un año que resbalé es aquella jodida rampa, jamás pensé que me moriría de frío, jamás pensé que nadie me oiría pedir auxilio… Rápidamente le cortó mi padre: 
—Segunda, ahora ya sabes que hay que tener cuidado con lo que se pide, ya ves que puede cumplirse. —Xa, querido, pero eu cando decía que me gustaría morrerme nun accidente pensaba nun golpe que me deixara no sitio e non darme un bon trastazo e non poderme apañar pra salir da fodida obra. —Po lo menos dormicheste e non te enteraches de nada pero eu morría en vida cando non te encontrábamos. Estabas tola, tan presumida que non podías pasar sin pintarte os morros… —Estaba de pasarme, se non fora pola barra de labios sería por outra cousa. —Pero se tuveras cabeza non habrías ido sola, como una raposa. —Venga Segundo, no te enfades, que no estuvimos tantos días separados. —No te jode, haber venido a por mí tan rápido… —No te iba a dejar en esa residencia llena de lagartas. —As únicas lagartas eran as fillas de puta das monxas, que me quitaron o anillo e o reló que me regalou o Derick. —¡No me digas! ¿Y pretendéis hacerme una misa en unas horas? Me está hablando a mí… ¿Qué le digo…? —¿Qué te digo? Yo tampoco estoy de acuerdo, no es que odie a la iglesia, ni a los curas, pero simplemente no me interesan. Te podría decir que la idea no fue mía, pero tampoco expuse mi negativa. Sé que una misa no es lo mejor que te podemos ofrecer, ni lo que más te gusta, pero si al menos eso sirve para que nos reunamos tus allegados pues lo acepto, lo malo es que no todos pensamos lo mismo y hay varias deserciones, ya las verás o a lo mejor ya las sabes.
Bueno yo lo celebraré recordando anécdotas… He arreglado la casa, he puesto flores, aquí, no en el nicho, yo como tú: «las flores en vida». Bueno, ¿qué te parece? Cuesta y me cuesta decirte que si te pierdo me perderé, pero no te perderé, te cuidaré dentro de mí. Ahora no digas nada porque voy a hacerme otro cigarro. Shiiiii… ¡¡¡Qué te conozco!!!

(c) Miguel Je 2012

viernes, 28 de diciembre de 2012

¡EXTERNALICEMOS AL GOBIERNO YA!


«Rajoy es la peor herencia que nos ha dejado Zapatero»

Vamos a ver, he estado pensando unos minutos en la reciente aprobación de la privatización de la gestión de muchos de los hospitales públicos de la Comunidad de Madrid (ellos prefieren llamarle a esto: «externalización» de la gestión) y no me cuadra.
Si los ciudadanos elegimos mediante el ejercicio del voto a un presidente, de la nación o de una comunidad autónoma, lo hacemos para que gobiernen al menos ajustándose lo más posible al programa electoral por el que fueron elegidos. Esto lo esperamos pienso que todos. Hace un año ya que el elegido fue el Rajoy y su PP, y éste después de pensárselo mucho eligió a una serie de personas, que al menos él consideró ejemplares para estar al frente de los respectivos ministerios. Pues bien, cuando éstos dicen que van a externalizar (privatizar) algo o alguna gestión, hasta ahora pública, con la excusa de que en manos privadas hay mayor eficiencia están reconociendo sus incapacidad para gobernar, puesto que ellos con esta acción están demostrando su personal ineficacia al confiar más en personas no elegidas democráticamente que en ellos para que, por ejemplo, gestionar la sanidad, la educación o la estupenda red de Paradores. O sea que están mostrándonos que ellos no son tan buenos como los otros que ellos eligen. Si así es, ¿qué hacen ellos en su cargo? ¿Y qué hacemos nosotros permitiendo que sigan calentando su sillón cobrando un sustancioso sueldo, que pagamos nosotros, cuando no nos sirven para nada? Ya que hay personas o empresas realmente preparadas para hacer su trabajo (el de los gobernantes) maravillosamente por qué no elegimos entre éstas y pasamos de elegir políticos que saben de muy poco, muchos ni Inglés, para gestionar los diferentes ministerios. Y ya puestos los presidentes también podrían ser elegidos de la misma manera. Así nos aseguraríamos de que elegíamos entre los mejores, y como serían nuestros empleados, por tener un contrato con los ciudadanos, si no fueran lo eficientes que deseáramos podríamos rescindir el contrato y probar con otra empresa.
Si yo no soy capaz de gestionar eficientemente y reconozco que hay otros que lo pueden hacer mejor es indecente que yo siga en mi puesto para que mi trabajo lo hagan otros. Debería dimitir inmediatamente, ¿no? Me parece pura y simple lógica; lo entendería hasta un niño de primaria.
Así que a buscar mejor excusa, por lo menos un poco inteligente. De la misma manera no tiene sentido que este gobierno repita hasta la extenuación que hacen lo que hacen por culpa de la herencia recibida. Si se han encontrado una situación que no esperaban, y que les desborda por qué se empeñan en seguir ahí justificando una medida tras otra, cada vez más inverosímil, y qué Rajoy, dice que no le gusta, que nunca la haría pero que no le queda más remedio que imponerla. ¡Venga ya! Reconoce que tú y los tuyos no sabéis cómo salir adelante y dimitir de una vez.
Todo esto ocurre, pienso yo, porque cualquiera puede ser político, sin ninguna formación específica que le faculte para ello. Tenemos lo que permitimos, por tanto no menos de lo que nos merecemos.

Durante todo un año no hemos hecho nada más que someternos, hemos perdido muchos derechos adquiridos a base de mucho esfuerzo y tiempo de nuestros predecesores. Actualmente estamos ya demasiado esclavizados, demasiado atados y sometidos a un gobierno retrógrado implacable. Cada día que pasa lo estamos más y más. A día de hoy la mayoría de los ciudadanos sin empleo aceptaría cualquier tipo de trabajo en las más pésimas condiciones, a la vez que un trabajador acepta cualquier abuso del empresario de turno con tal de mantener su puesto de trabajo.

Ante esta complicada situación en la que estamos los españoles ¿qué podemos hacer? Creo que hay dos posturas: o seguir pataleando pero sometidos o plantarse todos y no mover ni un dedo, todos en sus casas acogiendo y solidarizándose con los que no son tan afortunados, hasta que nos escuchen. Paralizar el país. Aunque tengamos que pasar hambre y otras penurias, pero ellos también acabarían por sentirse afectados y no tendrían más remedio que cambiar de rumbo, atender nuestras necesidades reales y palpables, que no es ni más ni menos que ejercer su trabajo para el que fueron elegidos.
(c) Miguel Je

lunes, 3 de diciembre de 2012

ALEGRÍA DE VIVIR





Sólo a un loco o a un genio se le puede ocurrir titular una canción tan triste «La Alegría de Vivir».

19 de Agosto del 2012
Desde hoy tengo 48 años. ¡Cuarenta y ocho! De repente fui consciente, mis manos asían con fuerza el mango de un artilugio rudimentario, muy antiguo pero a la vez tremendamente efectivo para limpiar la vieja moqueta de nuestro recientemente adoptado dormitorio en la preciosa casa heredada en otra ciudad, en otro país. Disfruto desde siempre de todo lo que hago, por más insignificante que sea o absolutamente intranscendente. Soy así, siempre lo he sido y doy gracias por seguir siéndolo a mis recién estrenados 48 años. Mi viejo iMac blanco amenizaba mi labor doméstica con la música de mi biblioteca iTunes, la banda sonora de toda mi vida. Las canciones me han acompañado desde muy niño, se lo debo a mi padre, a mi madre que de joven cantaba cada día y a mi tía Herminia que toda ella era música y armonía. No podría por tanto vivir sin música, sería como vivir en blanco y negro.
Pues... No prestaba atención al estar concentrado en dejar la moqueta perfecta, cuando de repente unas notas de piano acompañadas de unos acordes de guitarra española me paralizaron, y mi cuerpo se estremeció. El mundo se paró por un instante, mi reflejo en el viejo espejo del armario se fue nublando porque de mis ojos empezaron a caer lágrimas sin fin. Ray Heredia empezó a recitar y yo con él con una voz rota que me salía de las entrañas: «Esto va dedicado a todas las mujeres bellas de la vida que viven nuestras historias, nuestros momentos y nuestros lamentos». Entonces empezamos a cantar: «El infierno de tu gloria ha pasao por mí, ahora siento y pienso adentro: alegría de vivir» y yo no pude más pero él siguió: «…Alegría de vivir, cuando estás cerca de mí…». Yo lloraba cada segundo con más intensidad. Esta canción para mí significa mucho, me trae demasiados recuerdos y muchos sentimientos, sentimientos duros.
Este es un cumpleaños diferente, esta vez no estaba pendiente del teléfono, de hecho aquí no me hace falta y cuando necesito llamar todavía quedan cabinas públicas. Nadie iba a sorprenderme si no estaba a mi lado, y por primera vez en muchísimos años no tenía que esperar una llamada que nunca llegaría. A mi madre aún le gustaba menos hablar por teléfono que a mí, pero luego en la intimidad disfrutaba de la conversación, como yo. Hoy ya me han felicitado los dos, de ambos me acordé al despertarme porque había soñado con ellos y mirando en mi interior descubrí los regalos. Estaba tranquilo, sereno, feliz, acompañado por mi ángel (mi amor), sin prisa, sin preocupaciones… Tenía lo que siempre había soñado. Ahora que ya no están me siento más unido a ellos. Les siento presentes. Hablan por mis pensamientos. Los veo alegres, incluso orgullosos de mi vida y más de lo que estoy haciendo. A veces me miro en el espejo y le veo a él… Y me sonríe. Por eso cuando me vi en el espejo del armario, agarrado al mango del «limpiamoquetas» lloré. Lloré porque le vi a él feliz bailando al tiempo que limpiaba. A mi padre le he visto reír y bailar bastantes veces pero hace muchísimos años. No tuvieron una vida fácil, pero realmente todo lo hicieron por nosotros, sus hijos. Cumplieron su objetivo y se marcharon, no fuera a ser que nos dieran demasiado trabajo. Lloré, no de tristeza, la canción de Ray Heredia me llevó a ese punto concreto de sentimentalidad para poder ver y ser consciente de mi estado, de mi realidad. Lo que vi me enterneció, fue como si en cuestión de segundos mi vida se proyectara como una diapositiva, y lo que se ve transmite equilibrio, incluso belleza… ¡Aprobación! Esta sensación fue lo que me desencadenó el llanto.
Llanto por tener alegría de vivir, lloro por sentirme plenamente feliz. Satisfecho de haber dado un giro a mi vida, tranquilo por esta mudanza.
(c) Miguel Je

miércoles, 21 de noviembre de 2012

LAS LLAVES ROJAS



Palacete de Miguel Maura en la plaza Rubén Darío

Al final de una tarde de finales de Otoño, Miguel subía las escaleras de la boca del metro de Rubén Darío. Estaba tranquilo y todavía un poco soñoliento. La noche anterior había sido muy larga, vulgar y desilusionante. El sol de poniente le cegó. Se buscó las gafas oscuras, dándose cuenta de que las había olvidado. Distraídamente miró el reloj. Por una vez se había adelantado a la cita con Eduardo: un amigo al que, casi sólo, le unía el juego de inventarse historias, quitándose la palabra de la boca el uno al otro a mitad de una frase, sin tener nunca la idea de propiedad y llegando a olvidarse, incluso, de quién había sido la primera frase de la narración.
Juntos solían andar sin dirección precisa al tiempo que inventaban sus relatos; acariciando periódicamente la idea de que un día una de esas historias dejara de serlo para sustituir a la realidad; que, sin mencionarlo, era lo que ambos más deseaban. De ahí el usar la imaginación, a veces, hasta extremos absurdos y barrocos.

Mientras esperaba a Eduardo, Miguel se sentó en el respaldo de un banco mirando al vertiginoso cielo sangrante, al que amenazaba un azul oscurísimo, casi negro, que avanzaba por encima de él. Era tan hipnótico el milenario espectáculo de la luz luchando con las sombras, que había olvidado la misma cita con Eduardo.
Este llegaría por la Calle Miguel Ángel. El sol se ponía, irremediablemente, por el principio del Paseo del Cisne y Miguel, no podía apartar su vista de las últimas y rapidísimas evoluciones de los vencejos por encima de la castiza iglesia de San Fermín de los Navarros. Los chillidos de los vencejos le hicieron recuperar la realidad volviéndose hacia el principio de la Calle Miguel Ángel. Eduardo aún no daba señales de vida. Al volver la cabeza sus ojos quedaron atrapados por un intenso color rojo, se agachó sobre el asiento para ver qué era ese resplandor rojizo, descubriendo dos llaves. Las observó unos minutos antes de atreverse a cogerlas. Hubieran sido dos llavines comunes de no ser por el brillo y el color, un rojo vivo, un rojo intenso que no parecía pintura, ni esmalte y era, en realidad, el propio material del que estaban hechas. Al “agarrarlas” le parecieron objetos sin peso, delicadamente tibias, singularmente suaves, limpias de cualquier marca de fábrica. Las mismas muescas eran amables al tacto. Tan abstraído estaba en la observación y el análisis, que la mano de Eduardo en su espalda tardó en sentirla.
—¡Por una vez te ha tocado esperar, eh! ¿Qué es eso?
—Dos llaves. (Haciendo un movimiento de ojos, mira a Eduardo y baja la vista a las llaves)
—¿De dónde salen?
—Estaban ahí encima (señalando el sitio exacto ), en el banco, las acabo de ver. Fíjate qué extrañas.
Eduardo las vuelve a mirar y se encoge de hombros, sonríe.
—¡Tócalas! 
Dijo Miguel, tendiéndoselas, con un escalofrío. 
—¡Están calientes!
Exclamó sorprendido, como si le hubiesen quemado, para
soltarlas instantáneamente. Se acababan de encender las farolas de la plaza: tardando unos minutos en
pasar del blanco rosáceo al naranja sucio del alumbrado urbano. Las primeras luces en las ventanas de las casas delataban demasiado la soledad de las calles a esa hora tan imprecisa. Miguel empezó a mirar las fachadas pensativo. Su imaginación trataba de desperezarse tras la fascinación producida por el descubrimiento de las llaves rojas.
—¡Qué calientes están! -insistió Eduardo-. ¡Parece que quisieran refrescarse en una cerradura!
—Me parece que estamos pensando en lo mismo. 
Dijo Miguel, sonriéndose después de mirarle con unos ojos alegres que iluminaban su cara por primera vez en el día.
Echaron a andar hacia la calle Almagro, quitándose una vez más la palabra el uno al otro intentando encontrar el hilo de la historia, alrededor del cual podrían estar varias horas añadiendo y quitando los fragmentos que al final la dejarían en pie; definitiva, archivada, capaz de ser reconocida por ambos y ya no susceptible de cambios ni modificaciones.
—Este llavín abre un portal y éste un piso-. Dijo Miguel. ¡Di un número! ¡Rápido! ¡Dime un número!
Eduardo dijo un número. Cruzaron la calle sin parar de reírse esquivando el único coche que circulaba en ese momento obligándole a frenar: ¡era el número de aquel portal! Ninguno de los dos pararía de hablar si no fuera porque misteriosamente aquella llave lo abrió. La casualidad resultaba demasiado evidente, casi absurda; pero el portal se abrió.
Era un portal repleto de ojos y pies: inmóviles por miedo a despertar, lo que parecía un sueño.
—Ahora dime un piso. 
Le dijo Miguel en un gesto de complicidad. 
—¡El último!
Contestó inmediatamente. 
—¡El ático! 
—¿Derecha o izquierda? 
—¡No hay más que uno!
La seguridad de la respuesta de Eduardo y el posterior silencio pareció quitarles la risa... y la sonrisa.
El viejo ascensor subió despacio rompiendo el silencio sepulcral existente sintiéndose uno más con ellos. Llegaron al ático en medio de un estruendo demasiado
aterrador que no hizo más que aumentar su impaciencia. Abrieron entre los dos las estrechas puertas, pero Eduardo le dejó salir primero. Miguel vio y vaciló. Fue entonces cuando Eduardo se le adelantó...
—Dame el otro llavín y cierra el ascensor. 
Dijo Eduardo, con un tono de reproche.
Lo introdujo con seguridad y aplomo, giró y la puerta se abrió sin ruido. Encendieron la luz de un vestíbulo cegadormente blanco, con dos espejos sobre una mesa de media circunferencia, sobre la que descansaban dos pequeñas bandejas de plata limpias y deslumbrantes.
—¡Estoy seco! ¿Quieres beber tú algo?
Dijo ya abriendo la puerta izquierda. 
—Sí, tráeme agua. ¡Me estoy meando!
 Y se fue por la otra puerta.
En unos minutos volvieron a reunirse en el vestíbulo. Al encontrarse, ambos parecían extremadamente cansados, pálidos en la luz dorada de aquella habitación blanca.
—Me siento agotado... Me voy a la cama. (Ofreciéndole el vaso de agua) Eduardo se bebió el vaso de agua de un solo trago para dejarlo luego sobre una de las dos bandejas. 
—Sí. Vámonos a dormir, yo también estoy muerto.
Fue decir esta palabra y los dos se echaron a reír, mientras ambos se dirigían ya hacia el dormitorio principal. Se acostaron en la cama después de desnudarse y dejar cada uno su ropa en gemelas descalzadoras.
—Hemos dejado encendidas las luces del vestíbulo...
Dijo Eduardo quedándose dormido, sin notar que Miguel ya lo estaba.
La temprana luz del sol, entrando por los visillos, despertó a Miguel. Se volvió hacia el interior intentando recuperar el sueño con los ojos entrecerrados. Una sorpresa que, lentamente parecía cobrar demasiada realidad, le obligó a abrirlos, para ver con toda nitidez una larga cabellera rubia sobre la almohada. Lentamente, el cuerpo a su lado, se volvió hacia él y en una cara de mujer, totalmente lavada, Miguel contempló el espanto con el que le miraba.
—¿Quién eres tú? ¿Cómo has entrado? 
—¿...Y Miguel? 
Preguntó una voz femenina desde la boca de la mujer. 
—¡Yo soy Miguel! ¿...Y tú quién eres?
Preguntó una voz masculina que no era la de Miguel y que él mismo no reconoció. 
—¿Qué es lo que pasa aquí? Yo soy Eduardo pero, esta no es mi voz ni tampoco la tuya, ni eres tú... Y tengo el pelo largo... (Dijo tocándoselo, pasando los dedos por un mechón desde la raíz hasta las puntas, al tiempo que empezaba a llorar repitiendo: 
—¿Qué pasa aquí, qué pasa Dios?
Se levantaron simultáneamente, muy despacio hasta ponerse delante del espejo, para contemplar horrorizados a una pareja que nunca habían visto. Eduardo volvió hasta la cama, mecánicamente se tapó con la sábana y miró a la mesilla de noche. Sin separar los labios y con un gesto tembloroso de la mano llamó a Miguel y le enseñó un retrato enmarcado en plata. Desde el centro de un banco, en la plaza de Rubén Darío, miraban sonrientes a la cámara el hombre y la mujer que eran ellos mismos ahora.

EPÍLOGO

A ESA HORA, PRECISA, MUY CERCA DE ALLÍ, EN EL TIEMPO DE LOS RELOJES Y LAS HORAS CIERTAS, UNA ADOLESCENTE SE SENTABA EN EL MISMO BANCO DE LA PLAZA DE RUBÉN DARÍO, RECOGÍA DE SUELO, PORQUE LAS HABÍA TIRADO CON LA FALDA, UN PAR DE LLAVES ROJAS, QUE SU NOVIO, AL LLEGAR, LE QUITABA, RIÉNDOSE, DE LA MANO.

© Miguel Je 1991

lunes, 12 de noviembre de 2012

Jugando con «hormigas» una noche cualquiera.





«Tanto esfuerzo para olvidar sólo sirve para recordar mejor.»

La noche se ha hecho real, no quiero saber ni siquiera quien soy, acabo de volver, abro los ojos y una pantalla de ordenador me pide que escriba. Mis dedos ejecutan movimientos y la pantalla blanca se va cubriendo de hormigas... Mi mirada desenfocada se pierde en una y entiendo el significado.
No sé si eran buenas otras épocas, no sé ni siquiera por que me fui, ni en que momento me perdí. Sólo conozco el presente, del pasado tengo vagos recuerdos. Abro una carpeta, es una pista de MP3, comienza una música. Parecería una pieza clásica de jazz de no ser por el rumor del mar. Acaba esa pieza y empieza otra de corte clásico, reconozco inmediatamente la melodía pero no la canta Sinatra, son dos voces: la de una mujer y la un hombre. Cantan en inglés, es una canción de amor. Vuelvo la cabeza y veo un perro negro jugando con un gato blanco a los pies de un hombre que lee un libro. Dejan de jugar, el gato se pierde y el perro viene hacia mí. Me mira mendigándome una caricia... Le llamo por su nombre y él se pone a beber. La gata sale de su escondite interrumpiéndole, Dean deja de beber para correr tras de Sol, inician una vez más su eterno juego. Otra canción, parece un tango. En efecto, uno moderno, casi podría ser un rap. Es la «revancha del tango». Tecleo al ritmo del bajo. Me paro y pienso donde estaré, qué paisaje veré si traspaso aquella puerta.
Suena un teléfono. Abres los ojos a otra realidad, una voz que reconozco y me da buenas vibraciones. Sonrío, no es la primera vez. Esta voz de mujer madura, sexy, seductoramente interesante, me anima a salir a cenar, una reunión para estar, principalmente, juntos. La cena es una excusa. ¿Necesitamos inventarnos motivos para reunirnos?
Repite ladrido el perro negro, reparo en la falta de agua, no tendré más remedio que levantarme y ver otra realidad ya. Acciono hacia arriba la palanca y sale un chorro de agua que corto cuando considero suficientemente lleno el recipiente azul, del que bebe Dean.
Vuelvo frente a la pantalla del «mac», es ya otro día... Hoy es lunes y pasa del mediodía. Recuerdo de repente el último sueño. Estaba en una habitación oscura, tenía la certeza de estar en mitad de una noche de perros, oía como la lluvia golpeaba en los cristales de la puerta que daba al pequeño balcón. Los pequeños cipreses se mecían con extremo ímpetu, pareciera que desearan levantar el vuelo. Una voz interrumpió mi placentera contemplación:
—«¿Estás despierto?» 
Y desperté. Abrí los ojos, ya no era la misma estancia del sueño, los cerré fuertemente deseando volver a contemplar los cipreses con el temor de que hubiesen iniciado el vuelo sin mí. Y volví, ahora me paseaba por la estancia con cuidado de no pisar a Dean. Me aproximé a la mesa blanca de estudio y palpando entre papeles encontré el tabaco que buscaba; miré hacia el balconcito y reconocí cuatro macetas, eran las mismas en las que vivían los cuatro cipreses pero ahora contenían geranios en floración. Pensé en lo mucho que me gustaría tener unos cipreses que se dejaran mecer por el viento.
—«Mañana remodelaré el balconcito», me dije mientras encendía un «Fortuna».
¿Se sueña de la misma manera con el pasado que con el futuro? Los geranios existieron lo mismo que los cipreses pero ahora sólo puedo verlos si cierro los ojos; curiosa paradoja. Ahora soy consciente de que algunos entes sólo puedo verlos cerrando mis párpados.
Una calada del cigarrillo y expulso el humo, lo devuelvo inconscientemente al cenicero fijándome en que se trata de uno de elaboración propia. Una sensación de vacío se instala en la boca de mi estómago; o no es un cigarro al uso o todavía no he comido, pueden darse los dos hechos a la vez... Se cierran mis párpados sin querer remediarlo. Me veo a mi mismo elaborando uno de mis particulares cigarrillos, el sol del mediodía me calienta el lado izquierdo del cuerpo. Miro mis pies dentro todavía de unas viejas zapatillas de felpa que un día fueron blancas, unas iniciales bordadas: «H D». Son un recuerdo de unas vacaciones en Barcelona. Recuerdos y más recuerdos, todos con la misma intención de atrapar momentos para siempre. Soy un coleccionista de buenos momentos. Los persigo, los planifico, me los invento y cuando lo consigo rescato algún objeto, otras veces hago fotos que algún día miro y me digo:
—«¡Aquí era feliz!».
La bipolaridad aceptada me hace ser así, acumulo recuerdos de los buenos momentos porque sé que no durarán, así cuando entro en el «bajón» sé que también terminará.
©Miguel Je

martes, 31 de julio de 2012

JUGANDO CON LOS RECUERDOS DE MI INFANCIA




«Cuarenta y cuatro años después y la vida sigue igual»

Si en el mes de mayo del año pasado me dijeras que iba a estar viviendo en la casa donde pasé mis primeros cuatro años de vida te diría que te habías vuelto loco, y si me lo hubieras pedido te hubiera dicho un «no» rotundo; pero ya ves, aquí estoy: feliz, decidido a quedarme y con una serena naturalidad, como si nunca hubiera tenido otro hogar. Una sencilla casa del siglo XIX que pasó de generación a generación hasta llegar a mí, más bien yo llegué a ella. Tú me dejaste aquí con apenas unos meses de vida en la misma casa en la que habías nacido y tú mismo me arrancaste engañándome cuatro años después para volver a dejarme a pocos kilómetros en aquella triste caserón en el que nací. Pero como queriendo arreglar lo que un día estropeaste me volviste a traer regalándomela aunque por ello diste tu último suspiro. Ya ves que vueltas da la vida. Me arrancas de un maravilloso paraíso para que conozca el mundo y cuando tú lo abandonas me atraes de nuevo al paraíso olvidado. Sigues siendo todo un misterio, pero conociéndome cada día un poco más, te conozco también a ti, porque para eso llevo tus genes. Es curioso que hayas tenido que morirte para que descubra que me querías como un buen padre debe de querer a su hijo pero al que nunca quiso conocer, o quizás me conocías demasiado por ser tan semejante a ti. Me río, eres increíble, me educaste por telepatía y encima me siento orgulloso de tu obra y como puedes ver la continúo con tu ayuda, con mis genes, con mi fuerza, con mi tremenda intuición y con ese gran amor del que ahora estoy seguro que en mis primeros días me entregaste.
¡No te rías! Ahora estoy cansado de la noche y no quiero perderme el amanecer, ya ves que es muy tarde ya, pasan de las cuatro así que ahora ilumíname pero dentro de mis sueños. 
See you again! Thank you by nothing, thank you by all. Thanks!!!
Miguel Je

jueves, 26 de julio de 2012

ALEJÁNDOME DE LAS MALAS ENERGÍAS





«La envidia existe solo en aquellas personas que no saben aceptar la felicidad de los demás.»

Soy una persona tolerante y con mucha paciencia, suelo dar varias oportunidades incluso a quienes en algún momento me han hecho daño, pero si hay algo que no soporto y de lo que escapo, como si del fuego se tratara, es de las personas envidiosas. Esos falsos amigos que te sonríen, te dicen a todo que sí, se ofrecen por si necesitas algo pero cuando los necesitas están ocupadísimos, pero aún así tienen tiempo para escuchar lo que te ha sucedido y no escatiman en interesarse por todo tipo de detalles y luego con toda la información almacenada se despiden a toda prisa. Esos que cuando ven que eres feliz y la vida te va bien hacen como que se alegran, te interrogan como sin querer, quieren saber más que tú… Pero su mirada les delata, sus gestos, sus vibraciones… Siempre digo que tengo un olfato desarrolladísimo y muy selectivo -para los olores extremos sobretodo-; los que me gustan los detecto de lejos, pero los que me desagradan los percibo a kilómetros. Un detalle por ejemplo: mi gata Sol tiene la mala costumbre de por pura vagancia no tapar su caca alguna que otra vez, y aunque yo esté en el otro extremo de la casa lo detecto, y le grito desde donde esté: —¡SOL, GUARRA Y VAGA, TAPA TU MIERDA! Pues para las personas que no me convienen tengo el mismo sentido súper desarrollado, lo que ocurre es que soy muy tonto también y tengo complejo de borde, y la manía de dar votos de confianza. Y mira que me he dado batacazos, pero es que de bueno soy tonto. Hay personas que no se merecen ni los buenos días. A mí me cuesta menos decir «te quiero» que decir «no te soporto» y «no me interesas». Me resulta difícil decirle a alguien que me ha fallado, y quien te falla una vez te fallara todas las veces que se lo permitas. Voy a proponerme no dar pábulo a quien me «huela mal». Lo prometo. Me lo prometo, ¡en serio!
Recuerdo un detalle que voy a intentar describir, es algo bastante tonto pero que demuestra el sentido de mi nueva decisión. A finales de diciembre nos compramos un coche nuevo, sólo se lo contamos a un puñado de amistades. Tardarían en entregárnoslo seis meses, durante todo ese tiempo pasaron muchas cosas en nuestra vida y realmente casi llegamos a olvidarnos del coche, por lo que no volvimos a mencionarlo hasta que a finales de junio nos lo dieron. Pues recuerdo muy bien la cara de todas estas personas cuando nos vieron con él. Hubo expresiones varias, dos fueron similares, estaban más contentas que nosotros, como si fuera suyo. Estas, Paco y Maca son dos verdaderas amistades, hay mucho amor y admiración mutua, esa es la verdadera amistad. Para nosotros los amigos son familia y no hay secretos, pero hay amistades que no son más que conocidos, que se allegan o alejan según sus intereses. Hubo una amiga que se quedó observando como nos metíamos dentro e iniciábamos la marcha, yo la miré y vi sus ojos vidriosos… Ella misma nos había dicho al verlo: —¡Qué envidia me dais! Sí, puede que fuera envidia, pero de la sana. Sus ojos vidriosos no eran simplemente por el coche, era de emoción de vernos felices y a salvo de todos los males por los que hemos pasado en estos últimos diez años. Porque mira que hemos tenido problemas y líos, pero de todo hemos salido. Hemos tenido pérdidas dolorosas pero las estamos superando día a día, hemos pasado por problemas de salud pero estamos curados, nuestra relación se rompió unas cuantas veces pero como somos de los de antes preferimos arreglarla a tirarla por la borda y comprarnos una nueva… Je, je…!!!

©Miguel Je 2012

domingo, 6 de mayo de 2012

FELICIDAD.ES




Este es el primer año que no necesito llamarte, al final me has llamado tú a mí. A las 6 y media me despertó un pi-pi-pi repetitivo que me arrancó de mis sueños e hizo que me levantara a buscar el origen de ese sonido; era un despertador, el naranja ovalado de Ikea, ese que tú conocías, pues ya lo tenía cuando estuviste en Madrid. Lo apagué pero nada, encendí la luz para comprobar que le había dado al botón adecuado y te vi, sonriendo, burlona, pillina y desafiante…
—He sido yo, qué pasa? ¡Acaso non podo recordarche que hoxe e o meo día!
—Sí, lo sé, pero es muy temprano!!! (Me quejé mientras le daba vueltas a la aguja del despertador hasta pararlo) Hala me voy a la cama, luego hablamos… (Ya no estaba)
Me bajé, me metí en la cama y me tapé bien y «pi-pi-pi-pi-pi-pi» . Subí ya atacado y cogí el reloj y le quité la pila. Entonces me reí, pero me había desvelado ya. Y apareció otra vez:
—Anda no seas vago y escríbeme algo bonito!
Me eché a llorar, y se fue, pero entonces fui a su foto y le di un beso.
—Lo haré, le dije, verás como lo hago, pero no sé si te gustará... 

Te haré alguna monería con alguna foto en la que estés preciosa, sí, eras muy guapa y lo sabes, lo sabías……Guapa, sí, pero demasiado católica para mi gusto, siempre a misa, todos los domingos… Sabes que cuando estuve en Lugo pasé por la iglesia de la Soledad con Manuel y le conté lo mucho que te gustaba ir a misa de seis y me obligabas a ir contigo; algún día te odié por eso. Lo siento! Lo siento mucho; siento haber sido tan rebelde, siento haberte hecho sufrir, pero lo que más siento es que te hubieras caído. Siento tantas cosas, unas para bien y otras para mal…

Ves, al final has conseguido que te escribiera. Te gustaban mis cartas, mis fotos, mis aventuras por el mundo, mis postales. Sé que yo te gustaba, estabas orgullosa de mí, pero te lo callabas, pero a mí sí que me lo decías. Aceptaste a Manuel sin preguntas, como antes habías aceptado a otras de mis parejas que conociste. Siempre tan natural, siempre tan moderna, pero tan jodidamente católica. Te empeñaste en que te quisiera como a una madre y lo conseguiste, puñetera. Y te fuiste sin venir a Finestrat, y ahora te has quedado aquí, te sientes cómoda, lo sabía, te gusta el calor, ya no necesitas tus «mañanitas», ni tus «refajos». También sé que por fin has ido a la Argentina, tu gran sueño y que paseas cada mañana por Portsmouth Road del brazo de Papá, parándote a hablar con las vecinas, y que sigues ayudando a Papá a hacer trajes por las tardes y que me estás haciendo una colcha de ganchillo por las noches frente a la tele. Yo también lo sé todo de ti, te sigo los pasos y de vez en cuando te saco a bailar y canto delante de ti alguna de mis canciones y te veo llorar de felicidad cuando me ves besar a Papá. Sí, era tu única espinita, querías que le quisiera y ya ves, le quiero tanto como a ti. 

Estoy deseando ir con vosotros a Croidon. yY también pasear los cuatro juntos por tu parque favorito: Oaks Park, mientras me cuentas una vez más tus aventuras en ese país, luego volveremos al 187 de Portsmouth en Cobham, en nuestro «mini» color coffee, y nos servirás un té en el jardín lleno de las flores que con tanto amor cuidas para la alegría de Papá, y sacarás tu exquisita applecake que elogiaremos una vez más y charlaremos todos de la vida, nos reiremos al recordar mis travesuras, y también de las tuyas, y narrarás una vez más como engañabas al abuelo para poder ver a Papá cuando erais novios llevando las vacas a pastar al prado más cercano a Tuiriz. Nosotros te contaremos lo bien que se nos han dado los tomates este año y te hablaremos de la cantidad de cerezas que nos comimos, te ensaré un montón de fotos de lo bonita que nos ha quedado la casa y de las muchas flores que tenemos en el jardín que hizo Manuel junto al hórreo. 

Me gusta verte tan feliz al sentirme feliz, y me dirás una vez más que al final me salí con la mía de volver a la casa de la nunca quise salir. Me preguntarás por enésima vez si os he perdonado por arrancarme de allí y yo te daré las gracias por enseñarme el mundo que nunca hubiera conocido si no me llevaras contigo… Pero has de entender que ese es mi lugar, mi hogar, mi paraíso, mi refugio de todo mal, mi alegría de vivir. Gracias por devolvérmela y llevarme de las orejas allí 44 años después. Gracias. Os quiero a los dos y ya sabéis que sois bien recibidos allí donde esté.

©Miguel Je 2012

jueves, 29 de marzo de 2012

BUSCAS, PERSIGUES Y ENCUENTRAS (3)


SECUENCIAS 7 y 8

      — «¡Buenas noches Don Rafael!»
Saludó el portero a la vez que nos abría la puerta entera de cristal haciendo casi una reverencia.
    — «¡Buenas noches Narciso! ¿Cómo va tu mujer?»
    — «¡Ahí anda! Quejándose cada día un poco más.»  Caminó detrás de nosotros para quedarse en su mostrador sin llegar a sentarse… — «¡Qué descansen! …¡¡¡Y buenas noches!!! » (Dijo ya más bajito con cierto recochineo en su tono cuando se cerraba la puerta del ascensor al tiempo que movía la cabeza de un lado al otro, como si le hubiera entrado un tic.)

Antonio puso su índice en el Stop y el ascensor se frenó de golpe, Antonio puso sus dos manos sobre la cara de Rafael acercándola con pasión a la suya, las bocas juntas, un beso apasionado, las manos bajaron hacia el cuello apretándolo firme pero suavemente… Rafael apretó el botón 14 y el ascensor siguió subiendo mientras Antonio le apretaba los pezones, él con sonrisa lasciva se dejaba hacer. Por fin el ascensor se detuvo y salieron, no sin antes haberse cerciorado, los dos, ante el espejo, de que sus imágenes eran presentables; sus miradas se cruzaron al «otro lado» como si de «Alicia y su conejo» se tratara, se sonrieron, reflejaban una pareja perfectamente equilibrada; ambos se percataron de ello… Rafa rompió ese silencio con unas risas nerviosas pues de repente el ascensor le produjo claustrofobia y le entró ansiedad, pensó que en casa estaría más seguro. Le dijo bajito, al oído, muy cerca, rozando sus labios que tenía una reputación que preservar, Antonio giró la cabeza y le dio otro beso, esta vez fugaz, a la vez que empujaba la puerta externa del ascensor. Dejó que Rafa le guiara, la puerta estaba casi frente al ascensor: «14F»; éste introdujo la llave y giró tres veces y se abrió un hermoso mundo perfectamente iluminado. Podría ser una galería de arte, las paredes estaban repletas de cuadros: pinturas, fotos, grabados, collages; y otros en el suelo apoyados contra la pared. No era en absoluto un hogar para una familia, más bien podía ser la oficina de un diseñador, una galería de arte o un estudio de arquitectura, pero no la casa de un matrimonio heterosexual. Antonio se había quedado petrificado, de repente se acercó a un enorme cuadro en la pared de la izquierda, justo encima de un gran sofá de piel blanca; podía semejar a una bandera, le gustaban los colores, la textura… El arte contemporáneo podía embelesarle, un cuadro podía llegar a enamorarle y ese lo había hecho. Rafael que ya había cerrado la puerta, y dejado su abrigo de pura lana virgen, azul marino, sobre el respaldo del sofá situado en ángulo recto con el otro, se acercó a Antonio y agarrándole por la cintura le susurró:

      — «Lo ha pintado un amigo, se llama
     Christian Domecq. Me gusta que tengas                         
     sensibilidad para el arte… »
    — «Es precioso, estos colores están vivos, todos… Y éste, ¿eres tú?» Dijo girándo la cabeza.
Se miraron a los ojos una vez más. Antonio vio que le había mentido. No, su mujer no estaba en la India, al menos viva. Rafael se sonrojó. Esos ojos verdes tan alegres le ponían nervioso vistos tan de cerca.

    — «Mira aquí está la cocina, quieres un té, un café... Un mezcalito!!! He estado hace poco en Méjico y me han dicho que si te toca el gusano estás una semana de juerga…»

Sabía que tenía que explicarle el motivo por el que le mintió diciéndole que estaba casado pero realmente él tampoco sabía porqué lo había hecho.

    —«¿Una rayilla? … Soy un alto cargo del Ministerio de Cultura… Uno nunca sabe, te dije que estaba casado… Una tontería, una de las muchas que he dicho hoy!!!»
    Rafael sacó dos copitas del congelador y sirvió el mezcal, sacó su molinillo de coca del bosillo y dijo una tontería más:
    — «¡Regalo del agregado cultural de Colombia!»

    Jamás se había sentido tan inseguro, de repente tuvo la impresión de que sus palabras, lo que decía y lo que hacía era extremadamente cursi. Nunca se había sentido así, y menos ante un chapero. De repente se sintió fatal,  abochornado de saberse tan jodidamente clasista y prepotente. La sangre le subió a la cara, ruborizándose de purita vergüenza.

    —«¿Estás bien? ¡Estás muy colorado!»
    —«¡No es nada, darling…!

    Oh, no, otra vez!!! ¿Qué me pasa? Por primera vez se veía ridículo, Antonio a su lado tenía mucha más clase, era natural, tremendamente transparente...

    —«¿Darling?» ¡Qué mono! Y qué cursi eres!!!» Dijo Antonio riéndose mostrando su estupenda dentadura recién restaurada. «Se evaporará si no nos los bebemos ya.» Agarrando el chupito con su gran mano izquierda al tiempo que se acercaba a él y con la otra mano le ofrecía el otro mezcal: 

    —«¡Toma y bebe, gusano rojo!»

    (Continuará…)

    ©Miguel Je 2013


domingo, 25 de marzo de 2012

UNA NOCHE DE HORMIGAS JUGUETONAS


«Tanto esfuerzo para olvidar sólo sirve para recordar mejor.»
La noche se ha hecho real, no quiero saber ni siquiera quien soy, acabo de volver, abro los ojos y una pantalla de ordenador me pide que escriba. Mis dedos ejecutan movimientos y la pantalla blanca se va cubriendo de hormigas... Mi mirada desenfocada se pierde en una y entiendo el significado.
No sé si eran buenas otras épocas, no sé ni siquiera por que me fui, ni en que momento me perdí. Sólo conozco el presente, del pasado tengo vagos recuerdos. Abro una carpeta, es una pista de MP3, comienza una música. Parecería una pieza clásica de jazz de no ser por el rumor del mar. Acaba esa pieza y empieza otra de corte clásico, reconozco inmediatamente la melodía pero no la canta Sinatra, son dos voces: la de una mujer y la un hombre. Cantan en inglés, es una canción de amor. Vuelvo la cabeza y veo un perro negro jugando con un gato blanco a los pies de un hombre que lee un libro. Dejan de jugar, el gato se pierde y el perro viene hacia mí. Me mira mendigándome una caricia... Le llamo por su nombre y él se pone a beber. La gata sale de su escondite interrumpiéndole, Dean deja de beber para correr tras de Sol, inician una vez más su eterno juego. Otra canción, parece un tango. En efecto, uno moderno, casi podría ser un rap. Es la «revancha del tango». Tecleo al ritmo del bajo. Me paro y pienso donde estaré, qué paisaje veré si traspaso aquella puerta.
Suena un teléfono. Abres los ojos a otra realidad, una voz que reconozco y me da buenas vibraciones. Sonrío, no es la primera vez. Esta voz de mujer madura, sexy, seductoramente interesante, me anima a salir a cenar, una reunión para estar, principalmente, juntos. La cena es una excusa. ¿Necesitamos inventarnos motivos para reunirnos?
Repite ladrido el perro negro, reparo en la falta de agua, no tendré más remedio que levantarme y ver otra realidad ya. Acciono hacia arriba la palanca y sale un chorro de agua que corto cuando considero suficientemente lleno el recipiente azul, del que bebe Dean.
Vuelvo frente a la pantalla del «mac», es ya otro día... Hoy es lunes y pasa del mediodía. Recuerdo de repente el último sueño. Estaba en una habitación oscura, tenía la certeza de estar en mitad de una noche de perros, oía como la lluvia golpeaba en los cristales de la puerta que daba al pequeño balcón. Los pequeños cipreses se mecían con extremo ímpetu, pareciera que desearan levantar el vuelo. Una voz interrumpió mi placentera contemplación:
—«¿Estás despierto?» 
Y desperté. Abrí los ojos, ya no era la misma estancia del sueño, los cerré fuertemente deseando volver a contemplar los cipreses con el temor de que hubiesen iniciado el vuelo sin mí. Y volví, ahora me paseaba por la estancia con cuidado de no pisar a Dean. Me aproximé a la mesa blanca de estudio y palpando entre papeles encontré el tabaco que buscaba; miré hacia el balconcito y reconocí cuatro macetas, eran las mismas en las que vivían los cuatro cipreses pero ahora contenían geranios en floración. Pensé en lo mucho que me gustaría tener unos cipreses que se dejaran mecer por el viento.
—«Mañana remodelaré el balconcito», me dije mientras encendía un «Fortuna».
¿Se sueña de la misma manera con el pasado que con el futuro? Los geranios existieron lo mismo que los cipreses pero ahora sólo puedo verlos si cierro los ojos; curiosa paradoja. Ahora soy consciente de que algunos entes sólo puedo verlos cerrando mis párpados.
Una calada del cigarrillo y expulso el humo, lo devuelvo inconscientemente al cenicero fijándome en que se trata de uno de elaboración propia. Una sensación de vacío se instala en la boca de mi estómago; o no es un cigarro al uso o todavía no he comido, pueden darse los dos hechos a la vez... Se cierran mis párpados sin querer remediarlo. Me veo a mi mismo elaborando uno de mis particulares cigarrillos, el sol del mediodía me calienta el lado izquierdo del cuerpo. Miro mis pies dentro todavía de unas viejas zapatillas de felpa que un día fueron blancas, unas iniciales bordadas: «H D». Son un recuerdo de unas vacaciones en Barcelona. Recuerdos y más recuerdos, todos con la misma intención de atrapar momentos para siempre. Soy un coleccionista de buenos momentos. Los persigo, los planifico, me los invento y cuando lo consigo rescato algún objeto, otras veces hago fotos que algún día miro y me digo:
—«¡Aquí era feliz!».
La bipolaridad aceptada me hace ser así, acumulo recuerdos de los buenos momentos porque sé que no durarán, así cuando entro en el «bajón» sé que también terminará.
©Miguel Je 2012