Sólo a un loco o a un
genio se le puede ocurrir titular una canción tan triste «La
Alegría de Vivir».
19 de
Agosto del 2012
Desde
hoy tengo 48 años. ¡Cuarenta y ocho! De repente fui consciente, mis
manos asían con fuerza el mango de un artilugio rudimentario, muy
antiguo pero a la vez tremendamente efectivo para limpiar la vieja
moqueta de nuestro recientemente adoptado dormitorio en la preciosa
casa heredada en otra ciudad, en otro país. Disfruto desde siempre
de todo lo que hago, por más insignificante que sea o absolutamente
intranscendente. Soy así, siempre lo he sido y doy gracias por
seguir siéndolo a mis recién estrenados 48 años. Mi viejo iMac
blanco amenizaba mi labor doméstica con la música de mi biblioteca
iTunes, la banda sonora de toda mi vida. Las canciones me han
acompañado desde muy niño, se lo debo a mi padre, a mi madre que de
joven cantaba cada día y a mi tía Herminia que toda ella era música
y armonía. No podría por tanto vivir sin música, sería como vivir
en blanco y negro.
Pues... No
prestaba atención al estar concentrado en dejar la moqueta perfecta,
cuando de repente unas notas de piano acompañadas de unos acordes de
guitarra española me paralizaron, y mi cuerpo se estremeció. El
mundo se paró por un instante, mi reflejo en el viejo espejo del
armario se fue nublando porque de mis ojos empezaron a caer lágrimas
sin fin. Ray Heredia empezó a recitar y yo con él con una voz rota
que me salía de las entrañas: «Esto va dedicado a todas las
mujeres bellas de la vida que viven nuestras historias, nuestros
momentos y nuestros lamentos». Entonces empezamos a cantar: «El
infierno de tu gloria ha pasao por mí, ahora siento y pienso
adentro: alegría de vivir» y yo no pude más pero él siguió:
«…Alegría de vivir, cuando estás cerca de mí…». Yo lloraba
cada segundo con más intensidad. Esta canción para mí significa
mucho, me trae demasiados recuerdos y muchos sentimientos,
sentimientos duros.
Este es
un cumpleaños diferente, esta vez no estaba pendiente del teléfono,
de hecho aquí no me hace falta y cuando necesito llamar todavía
quedan cabinas públicas. Nadie iba a sorprenderme si no estaba a mi
lado, y por primera vez en muchísimos años no tenía que esperar
una llamada que nunca llegaría. A mi madre aún le gustaba menos
hablar por teléfono que a mí, pero luego en la intimidad disfrutaba
de la conversación, como yo. Hoy ya me han felicitado los dos, de
ambos me acordé al despertarme porque había soñado con ellos y
mirando en mi interior descubrí los regalos. Estaba tranquilo,
sereno, feliz, acompañado por mi ángel (mi amor), sin prisa, sin
preocupaciones… Tenía lo que siempre había soñado. Ahora que ya
no están me siento más unido a ellos. Les siento presentes. Hablan
por mis pensamientos. Los veo alegres, incluso orgullosos de mi vida
y más de lo que estoy haciendo. A veces me miro en el espejo y le
veo a él… Y me sonríe. Por eso cuando me vi en el espejo del
armario, agarrado al mango del «limpiamoquetas» lloré. Lloré
porque le vi a él feliz bailando al tiempo que limpiaba. A mi padre
le he visto reír y bailar bastantes veces pero hace muchísimos
años. No tuvieron una vida fácil, pero realmente todo lo hicieron
por nosotros, sus hijos. Cumplieron su objetivo y se marcharon, no
fuera a ser que nos dieran demasiado trabajo. Lloré, no de tristeza,
la canción de Ray Heredia me llevó a ese punto concreto de
sentimentalidad para poder ver y ser consciente de mi estado, de mi
realidad. Lo que vi me enterneció, fue como si en cuestión de
segundos mi vida se proyectara como una diapositiva, y lo que se ve
transmite equilibrio, incluso belleza… ¡Aprobación! Esta
sensación fue lo que me desencadenó el llanto.
Llanto
por tener alegría de vivir, lloro por sentirme plenamente feliz. Satisfecho de haber dado un giro a mi vida, tranquilo por esta mudanza.
(c) Miguel Je
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