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lunes, 3 de diciembre de 2012

ALEGRÍA DE VIVIR





Sólo a un loco o a un genio se le puede ocurrir titular una canción tan triste «La Alegría de Vivir».

19 de Agosto del 2012
Desde hoy tengo 48 años. ¡Cuarenta y ocho! De repente fui consciente, mis manos asían con fuerza el mango de un artilugio rudimentario, muy antiguo pero a la vez tremendamente efectivo para limpiar la vieja moqueta de nuestro recientemente adoptado dormitorio en la preciosa casa heredada en otra ciudad, en otro país. Disfruto desde siempre de todo lo que hago, por más insignificante que sea o absolutamente intranscendente. Soy así, siempre lo he sido y doy gracias por seguir siéndolo a mis recién estrenados 48 años. Mi viejo iMac blanco amenizaba mi labor doméstica con la música de mi biblioteca iTunes, la banda sonora de toda mi vida. Las canciones me han acompañado desde muy niño, se lo debo a mi padre, a mi madre que de joven cantaba cada día y a mi tía Herminia que toda ella era música y armonía. No podría por tanto vivir sin música, sería como vivir en blanco y negro.
Pues... No prestaba atención al estar concentrado en dejar la moqueta perfecta, cuando de repente unas notas de piano acompañadas de unos acordes de guitarra española me paralizaron, y mi cuerpo se estremeció. El mundo se paró por un instante, mi reflejo en el viejo espejo del armario se fue nublando porque de mis ojos empezaron a caer lágrimas sin fin. Ray Heredia empezó a recitar y yo con él con una voz rota que me salía de las entrañas: «Esto va dedicado a todas las mujeres bellas de la vida que viven nuestras historias, nuestros momentos y nuestros lamentos». Entonces empezamos a cantar: «El infierno de tu gloria ha pasao por mí, ahora siento y pienso adentro: alegría de vivir» y yo no pude más pero él siguió: «…Alegría de vivir, cuando estás cerca de mí…». Yo lloraba cada segundo con más intensidad. Esta canción para mí significa mucho, me trae demasiados recuerdos y muchos sentimientos, sentimientos duros.
Este es un cumpleaños diferente, esta vez no estaba pendiente del teléfono, de hecho aquí no me hace falta y cuando necesito llamar todavía quedan cabinas públicas. Nadie iba a sorprenderme si no estaba a mi lado, y por primera vez en muchísimos años no tenía que esperar una llamada que nunca llegaría. A mi madre aún le gustaba menos hablar por teléfono que a mí, pero luego en la intimidad disfrutaba de la conversación, como yo. Hoy ya me han felicitado los dos, de ambos me acordé al despertarme porque había soñado con ellos y mirando en mi interior descubrí los regalos. Estaba tranquilo, sereno, feliz, acompañado por mi ángel (mi amor), sin prisa, sin preocupaciones… Tenía lo que siempre había soñado. Ahora que ya no están me siento más unido a ellos. Les siento presentes. Hablan por mis pensamientos. Los veo alegres, incluso orgullosos de mi vida y más de lo que estoy haciendo. A veces me miro en el espejo y le veo a él… Y me sonríe. Por eso cuando me vi en el espejo del armario, agarrado al mango del «limpiamoquetas» lloré. Lloré porque le vi a él feliz bailando al tiempo que limpiaba. A mi padre le he visto reír y bailar bastantes veces pero hace muchísimos años. No tuvieron una vida fácil, pero realmente todo lo hicieron por nosotros, sus hijos. Cumplieron su objetivo y se marcharon, no fuera a ser que nos dieran demasiado trabajo. Lloré, no de tristeza, la canción de Ray Heredia me llevó a ese punto concreto de sentimentalidad para poder ver y ser consciente de mi estado, de mi realidad. Lo que vi me enterneció, fue como si en cuestión de segundos mi vida se proyectara como una diapositiva, y lo que se ve transmite equilibrio, incluso belleza… ¡Aprobación! Esta sensación fue lo que me desencadenó el llanto.
Llanto por tener alegría de vivir, lloro por sentirme plenamente feliz. Satisfecho de haber dado un giro a mi vida, tranquilo por esta mudanza.
(c) Miguel Je

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