BARONE.
«En
la gloria interna, el cuerpo grita...
Su
mirada está dentro, el látigo es la palabra, la tortura es la
dulzura, la bestia ruda es la bondad, nadie sabe el silencio que
nunca se escuchó, la mirada en su boca besa el paladar del vacío,
el latido de un mundo gira y promete una noche, el dolor se acerca en
la sociedad, en cada hogar hay un ciego de moral, en antifaz…
En
la vida hay un grito, un beso por el alma, en la mente de un hombre
que está deseando amar el amor verdadero al vestirse de personaje,
mientras la piel es la misma al intercambiar el amante…
Nadie
sabe qué piensa y a quién mira en las historias de sus narraciones,
dice cosas que el mundo leerá, y ahora es el principio. Cuando besa,
su mente escribe, su ritmo que se acelera más...
Allí
escribe, callado.
Sin
mirar escribe, siente y nace de sus cenizas el hombre quetzal que en
su ritmo abrasa su mente.... Su lengua escribe su verdad o la verdad
de un mundo que, como hormigas, está saliendo de su calado
hormiguero...
Besa,
calla, mira, siente, vive, muere, ama, odia, escribe, lee, borra,
traduce, interpreta, es la gloria, él es el cielo del infierno, es
el asesino, es el diablo, es dios , es un zorrón… Es un hombre, es
una vida, que envía todo y enciende su mente...
Siente
el ritmo que se llama vida.
TÚ..........
»
©NINO
POCATERRA
Una
noche me encontré este texto en mi buzón de mensajes del facebook,
era de un amigo, un artista polifacético muy productivo,
extrovertido, provocador y con mucha energía. Nino es una persona simplemente especial. Lo leí en voz alta -cuando leo algo que me interesa especialmente necesito hacerlo, es quizás un vicio que arrastro desde la escuela:
leer y escuchar con mi voz lo que leo, hace que las palabras se
arrastren por mis neuronas dejando huella-. Me emocionaba según iba
avanzando a la vez que mi voz se hacía más profunda, mi dicción
mejoraba con cada palabra… Sentía poco a poco como si el que
recitara no fuera yo, sentí que era alguien que estaba tras el
cristal de la ventana observándome o tras el espejo del aparador.
Ese alguien se hizo visible cuando escuché: —«en la mente de un
hombre que está deseando amar el amor verdadero al vestirse de
personaje, mientras la piel es la misma al intercambiar el amante…
». Pero cuando definitivamente vi a ese hombre fue al leer y
escuchar de mi boca: —«Cuando besa, su mente escribe, su ritmo que
se acelera más...
Allí
escribe, callado.
Sin
mirar escribe, siente y nace de sus cenizas el hombre quetzal que en
su ritmo abrasa su mente.... Su lengua escribe su verdad o la verdad
de un mundo que, como hormigas, está saliendo de su calado
hormiguero...». Ese hombre era yo, leyendo en voz alta. Sí, me vi
en ese gastado espejo, envejecido por los años, pero cumpliendo su
función a la perfección. Me estremecí ya llegando al final, eran
las últimas palabras, eran el resumen de todo: —«Siente el ritmo
que se llama vida. TÚ.......... » —¿Yo?
Recordé
algo que escuché algún día en alguna tertulia nocturna en mi época
de bohemio en Altea a mi viejo amigo Kim, un peculiar y austero
filósofo noruego. No recuerdo el porqué, o a contestación de qué,
pero Kim dijo algo solemnemente sentenciando a un pequeño grupo, los más
golfos del pueblo pero también los más hambrientos de
conocimientos. Eran las tantas, estábamos en el bar de uno de los
nuestros: «el Birimbao» que comandaba Aristóteles. Yo tenía entre
mis manos un libro de Margarite Renault: «El último vino», sí me
acuerdo perfectamente; Ari era un gran devorador de libros y yo era
su «camello», jejejeje…!!! A veces se los prestaba, a veces le
regalaba alguno (como éste) o se los cambiaba por cervezas y mezcal
cuando el dinero escaseaba. Allí nos juntábamos algún pintor,
algún que otro actor, algún director de cine, dos o tres músicos,
Pepe Motoreta (cheff y dueño del Passage), algún aspirante a
escritor y un DJ: Sánchez (del que, por cierto me enamoré unos
días, pero él se empeñaba en decir que era «hetero»; fui tan
persuasivo que llegamos a ser amigos para siempre y hasta un día
dormimos en su cama acurrucados uno junto al otro, yo en esa época
andaba un poco escaso de ternura y él era tremendamente tierno,
cariñoso y además se dejaba querer…) …Ah!!! También estaba esa
noche Marcela, una ex road manager venida a menos y reconvertida a
puta para poder vivir dignamente. Todos juntos en conversación,
bebiendo y fumando, con buena música de autor. Cuando alguien
hablaba los demás escuchaban, no había conversaciones paralelas,
salvo en el baño. Había, a esas horas, sólo dos escenarios: el bar
casi en penumbra, con la única luz que iluminaban las simplemente preciosas pinturas de paisajes de la zona, pintados todos sobre maderas recicladas de puertas, ventanas y contraventanas, propiedad de Ari, pero pintados por otro de los nuestros: el galán de
Albacete, que era pareja de Isabel (la ex actriz y directora, no la
otra Isa -la pintora de Alcoy-, ahora metida a agente inmobiliaria; y
el baño en la planta de arriba. Yo estaba en el bar cuando Kim
habló:
—«Cuando
pensamos algo hay alguien haciéndolo ya en algún lugar del mundo.»
Todos
nos quedamos callados un rato largo, largo de verdad, tanto que sólo
volvimos a hablar cuando alguien aporreó la puerta, y se escucharon
risas, para decidir si les dejábamos entrar o no.
—¡Cabrones
abrir de una puta vez, que sabemos que estáis ahí!
—¡Otra
vez viene pedo la Lucía! Dijo Ari con las llaves en la mano mientras
se dirigía en la puerta para abrir a la Lucía y al Alex, el sueco
sonrisa eterna, del que también me enamoré. Hay qué ver, siempre
tuve la suerte de conocer personas encantadoras de las que era
difícil no enamorarse.
Aquí
estoy, en otro siglo hablando, bueno escribiendo, sin querer, del
club de los camareros con encanto. Fue en el año de eclipse de sol,
allá... En el Mediterráneo.
Gracias
Nino por tus hormigas ordenadas, por compartirlas conmigo y por ser
esta vez mi fuente de inspiración.
©Miguel
Je
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