«La rabia en el corazón se hizo un traje con mi cuerpo y todavía hoy sale por mis ojos como las aguas de un río corriendo.»
Fueron once días de tanta angustia y desesperación que cuando recibí una llamada de mi hermana mayor diciendo que habías aparecido me sentí por fin ligero, la losa que me había caído encima y soportaba con mucho esfuerzo se volatilizó para caerme de nuevo y aplastarme cuando escuché una voz que se rompía al decir «está muerta». Sí, te habías ido para siempre. Pero semanas más tarde supimos que realmente te habías ido tan sólo seis días antes de que te encontrara un obrero de la construcción. A mí me consoló saber que la misma noche de haberte caído también lo hiciste en un dulce sueño inducido por el agotamiento y el frío, pero yo también me congelé al conocer que la causa de la muerte fue hipotermia, así, sin más.
Te miro y te veo observándome desde lo más alto, atenta, sin querer perderte nada, con esa media sonrisa de labios cerrados, la sonrisa de la duda -la llamaba yo-, esa que nunca sabía si debía echar a correr hacia ti o disparado al baño, esa que nunca supe si era buena o mala señal, había que esperar a que tú decidieras como finalmente se perfilaba… Pero hoy sé que acabarás con ellos abiertos mostrando sin ningún pudor tus perfectos dientes.
(c) Miguel Je 2014
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