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miércoles, 21 de marzo de 2012

BUSCAS, PERSIGUES Y ENCUENTRAS


Madrid, 29 de Septiembre 1991

SECUENCIAS 1, 2, 3 Y 4

«Otra noche aquí y hace ya un mes que dejé mi querida, pero demasiada provinciana, ciudad natal. Málaga es preciosa pero mis sueños están en la capital. No, todavía no me arrepiento de haberme ido y eso que en Madrid nada es fácil. Pero hay acción, que es lo que ahora necesito. Miro mi falso rolex para comprobar si es buena hora para lanzarme a la calle. Sí, es lo suficientemente tarde, ya están cerrando los pubs, ahora la gente empieza a moverse hacia las discos… Pero yo prefiero los «afters»; allí uno puede codearse con todo tipo de gente: actores, directores, chaperos, camellos, pintores, abogados, camareros, músicos, famosos, anónimos… ¡Necesito dinero! Me haré una «linea» antes de salir para animarme y aguantar todo lo que me pase hoy.»

Así, como todas las noches, Antonio escribía en una libreta sus aventuras: sensaciones y sentimientos. Llevaba poco tiempo en Madrid pero no le había ido nada mal. Había dejado su ciudad natal con cinco mil pesetas en la cartera, una bolsa de deportes con su mejor ropa, algunos libros, dos toallas y un juego de sábanas. Su pequeña cámara fotográfica en el bolsillo de su chupa roja de cuero, ambas regalo de su último «ex», también le acompañaban en ese viaje; las fotos eran su pasión, lo fotografiaba todo, bueno, todo lo que le gustaba, y, a veces, hasta lo que le desagradaba, pero que le impactaba. Ahora tenía dinero en un banco, ahora tenía un ático que había conseguido barato o gratis por «chupársela» al propietario, un famoso abogado laboralista con despacho propio en la más bonita casa de Chamberí, en la calle Sagasta justo enfrente del Restaurante Santander, donde le gustaba desayunar cuando los demás tomaban el aperitivo. Pero más que el dinero, a él le interesaba el cine y el teatro; tampoco descartaba la música, quería triunfar y volver a a Málaga de visita en un Golf Cabriolet granate... ¡Curioso! 


Se veía en el buen camino, hacía dos días un director de teatro le había ofrecido un papelito en una función que se representaba en un teatro importante, no tenía ni que hacer una prueba puesto que ya la había hecho esa noche, en la cama del, vicioso y maduro, dramaturgo. Era feliz, y eso, en definitiva, lo compensaba todo, siendo realmente lo que le importaba.

Esa noche vestía pantalón vaquero que le marcaba ligeramente el «paquete», camisa negra de Motesinos con botones de plata semejando calaveras de toro y una camiseta blanca interior de Zara, como broche calzaba unos zapatos clásicos «Lotousse» de ante, negros también. Vació sobre una rectangular bandeja de plata toda la «coca» que le quedaba en la papelina y con un tubo pequeño, también de plata, regalo de uno de sus amantes, alto cargo del Gobierno socialista, esnifó el polvo blanco hasta el centro de su cerebro, cogió un Marlboro de un paquete y pasó su lengua por el canto arrastrándolo por la superficie de la bandeja atrapando los últimos rastros de cocaina. Cambió el disco del «plato» que había dejado de sonar por otro que pudiera parecer escogido al azar, pero no, y sonó su canción favorita Raspberry Beret de Prince. Bailando cogió una «chupa» vaquera de Valentino y salió hacia el recibidor dejando una sola lámpara encendida y, por supuesto, sin apagar la música; era una de sus muchas manías: salir con música de casa. Le gustaba sentir como a la vez que se alejaba, la canción iba perdiéndose en el ambiente y la letra entraba en su subconsciente, y comenzaba a cantar: «…She walked in through the out door, out door… » Antes de cerrar la puerta, cuidadosamente se encendió el cigarrillo para después pausadamente tantearse sus bolsillos asegurándose que lo llevaba todo. Antonio era muy metódico, y las drogas, con las que nunca se pasaba, no le afectaban en sus enraizadas costumbres. Cuando comprobó que todo estaba donde tenía que estar, entonces y sólo entonces, cerró la puerta, y dio dos vueltas a la cerradura y se colgó la llave al cuello. No tenía llavero, tenía un collar con un colgante, que era una llave con forma de cruz. La razón puede que no fuera sólo por temor a perderla sino que la llave era la «imagen» del único dios al que adoraba: su propio mundo, metido todo en el apartamento que abría esa llave.

Una noche más va a salir a la aventura nocturna. Baja sigiloso las escaleras, en el segundo se cruza con Carmen, su vecina pija de Valladolid que trabaja en televisión, se saludan efusivamente con un beso en los labios, y Antonio continúa su descenso observado por ella que mantiene la mirada en su culo prieto. Él, que se siente observado, le grita cariñosamente:
—¡Algún día será tuyo!

Sale a la calle. Hace calor. Camina despacio y seguro sobre sus Lotousse de ante negros. Para él de todo el vestuario, unos buenos zapatos son imprescindibles.

(Continuará…)


©Miguel Je (2012)

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